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Las batallas por la lectura

Las batallas por la lectura
Número de revista
11
Año de revista
2025
Área Temática
Latitudes CCH
Archivo de revista
latitudes-11_0.pdf (17.07 MB)
Descripción

Que un pueblo no lea, es triste. Que los estudiantes y profesores de ese pueblo no lean, es una fatalidad.

Entre las numerosas tareas que profesores e instituciones educativas debemos realizar para contener el fenómeno mundial del desplome de la lectura, nunca estará de más hablar sobre ella y sus virtudes, así como de las cualidades únicas que sólo la lectura brinda para el aprendizaje. Promover la lectura, develar sus beneficios, recomendar aquellas que operan cambios en el lector, enseñar a leer y a distinguir entre los libros que nutren el intelecto y los que solo entretienen, son algunas de las muchas tareas que debemos y podemos realizar.

Son varias las razones por las cuales arrumbar la lectura en el desván de los cachivaches es un grave error. La principal es que hasta ahora no se ha inventado un medio más eficaz para la apropiación de los conocimientos y levantar el vuelo de la imaginación que el libro. Se puede conocer un tema mediante una película, un video, una plática o una exposición apoyada en PowerPoint, etc. El poder de las imágenes atrapa, guardamos silencio y las seguimos en su particular sucesión. Pero no bien transcurren algunas horas y los aprendizajes se evaporan; las imágenes resultan como fragmentos de un sueño del cual sólo podemos recordar desvaídas imágenes que se olvidan con el tiempo.

En cambio, la sensación de que la historia o el tema que leemos nos envuelve, que nos modifican y trastoca ideas y creencias que teníamos previamente, nos conmueve o despierta emociones antes adormecidas o activa zonas de nuestro cerebro que ni siquiera sabíamos que existieran y nos impulsa a realizar operaciones mentales antes inimaginables, eso es comprobar el poder transformador de la lectura.

Desde luego, no de cualquier lectura, sino de aquella que un puñado de grandes lectores y expertos brindan aquí su testimonio. Como profesores, sabemos que existen niveles de comprensión lectora que van desde la interpretación de los signos alfabéticos en la enseñanza básica, hasta aquella que es capaz de polemizar y discutir las ideas expuestas por los autores, pasando por la que nos hace capaces de resumir en unas cuantas palabras lo esencial del libro y decirlo con nuestros propios términos. Sabemos que estas formas de leer implican la comprensión plena del texto, pues sólo así somos capaces de contraponer nuestras ideas, resumirlo o decirlo con nuestras propias palabras.

Para alguien que no sabe leer se le presentan algunas dificultades. Si no sabe leer rehuirá los libros, porque leer le parecerá una tarea difícil y aburrida. Preferirá el filme o el video porque “ese sí se entiende”. Es una curiosa paradoja: mientras más leemos, mejor leemos, y mientras mejor leemos, más leemos. En cambio, si uno lee mal, menos aprende a leer y se vuelve un mal lector o un no lector; pierde interés en la lectura y le dedica menos tiempo y así es como esta actividad, tan indispensable para la imaginación y el conocimiento, se desploma. Es como el saber: mientras más se sabe, más se comprende. Mientras menos se sabe, todo resulta difícil, complicado y entonces rehuimos aprender.

La otra cara de la misma moneda es el libro. Superadas ya las preocupaciones y augurios pesimistas que anunciaban su desaparición debido a la irrupción del Internet, el libro impreso no sólo permanece, sino que se supera gracias a los recursos digitales: mejores ediciones y más baratas, excelentes presentaciones, distribución rápida y con mayor penetración, tirajes mejor planeados, al alcance de un mayor número de lectores y la posibilidad de encontrar cuanto tema se nos pueda ocurrir. Hoy estamos en la era en que el comediógrafo romano Terencio anunció cuando dijo: “Nada humano me es ajeno”.

¿Cuáles son los riesgos para la lectura con esta bonanza editorial? La primera, la sobreabundancia; la segunda, la lectura fragmentada, y la tercera las distracciones que la pantalla genera con sus múltiples enlaces. Las predicciones de estudiosos como Johann Hari, Nicholas Carr y Yuval Noah Harari poco a poco se van cumpliendo: las redes diseñan programas cada vez más sutiles y eficaces para atrapar al usuario y no permitirle abandonarlas; su éxito económico depende del tiempo creciente que pasan frente a la pantalla y para ello crean múltiples señuelos que van desde videos, música, fotografías, memes; recomendaciones, textos de superación, chismes de celebridades del cine, del deporte y el canto, y hasta de personajes comunes y corrientes que hoy pretenden ser “influencers”. Explotan además recursos psicológicos que los usuarios desconocemos. Existe una miríada de distractores que buscan mantenernos sujetos a la pantalla y esto no permite atender la lectura ni mucho menos concentrarnos en ella. Sólo leemos fragmentos de información o resúmenes de grandes textos.

Esto impide la lectura profunda que sólo con el libro es posible lograr en soledad y en silencio, y cuando ya se ha adquirido la disciplina de la lectura. Con el libro podemos interactuar subrayando, tomando notas, buscando el significado de palabras y términos desconocidos, repasarlo una y otra vez. Ensanchamos el conocimiento y la capacidad de aprendizaje. Además, el déficit de atención que, irónicamente, se lograba con la lectura y el libro, ahora que la vamos perdiendo, simplemente se evapora.

Por otra parte, existe una sobreabundancia de libros y la entronización del best seller, del cual ya nos advertía el filósofo Arthur Schopenhauer desde las primeras décadas del siglo XIX. Hoy todo mundo puede publicar un libro y estaría bien si lo respaldara un mínimo de calidad, pero la mayoría publica para satisfacer vanidades y por eso los libros resultan vacíos o están mal escritos. Por eso es indispensable la guía del profesor o de alguien con una cultura sólida para guiar al estudiante y orientarlo hacia buenas lecturas. Hacia los clásicos, especialmente.

Porque, ¿está bien que las y los jóvenes lean todo tipo de libros? ¿Ayuda a su formación cualquier tipo de lectura? ¿Podrán evolucionar por sí solos a mejores textos? ¿De verdad se introducirán en lecturas más complejas si inician con Stephenie Meyer, Dan Brown, Joanne Rowling, Paulo Coelho o John Katzenbach? ¿Dónde quedan los clásicos? ¿Cómo alentar a los lectores para que se adentren en lecturas más enriquecedoras y logren ese efecto transformador que sólo un buen texto produce? No mediante la prohibición, es claro, sino con una orientación sutil y adecuada.

Estas son las preguntas y propuestas que profesores y lectores responden y proponen en esta edición que, esperamos, sirvan para incrementar la lectura, motiven a mejorar el nivel de comprensión y traten de leer los que lo mismo contribuyen al placer que a su formación. Tareas indispensables de los profesores y de toda institución educativa en estos tiempos en que la lectura se desploma en el mundo.

DOCTOR BENJAMÍN BARAJAS SÁNCHEZ

Director General del Colegio de Ciencias y Humanidades